martes, 28 de octubre de 2008

La casa enorme

Luego se fueron mis padres. Pero no fue trágico, ya estaban muy viejos y siempre, al acostarse, se besaban las frentes, se despedían y cerraban los ojos, sin querer dormir, sólo esperando. Antes de poder acostumbrarme a la soledad vinieron a hacerme compañía el tío Julio con la tía Rebeca. Como siempre pasa, peleas familiares absurdas no me permitieron verlos antes, pero los reconocí de inmediato. En sus caras veía los restos familiares de una risa exagerada. Escogieron una de las tantas habitaciones, se encerraron y no salieron de la cama más que para lo estrictamente necesario. Por las noches conversaban, pero hasta mis oídos no llegaba una sola palabra redonda, sólo escuchaba un sostenido murmullo que bien podría haberse confundido con algún intercambio animal; me preguntaba qué se contarían.

Cuando se fue el tío Julio reapareció el silencio en las noches pero no duró mucho. La tía Rebeca prendía su pequeña radio en las noches, terminaba una canción y, como al parecer tenía horror al silencio, la seguía tarareando, dando pasos pequeños, hasta que los acordes de la siguiente la interrumpían. A pesar de que nos hemos tropezado en el corredor, nunca la he mirado a los ojos; pero sé que si lo hubiera hecho , ella me habría sonreído o debería haberlo hecho. Un día se cansó de música y del tarareo. De nuevo el silencio. Entonces por curiosidad me aparecí en su habitación con una taza de té caliente. Cierro las cortinas y las ventanas, acomodo las sabanas y la colcha. Le cuento algunas historias, lo que me pasó ese día o lo que debería haberme pasado. Ya es tarde, el reloj marca las dos de la madrugada. Antes de que me retire ella ya esta durmiendo o pareciera que finge dormir, pero duerme y la veo , empequeñecida, en posición fetal , su pequeño cuerpo aún más diminuto al enrollarse entre sus piernas y brazos, como si no pudiera descansar en otro lugar que no fuera ella misma. Cerré la puerta. De la tía Rebeca ya no supe más.
Otra pareja de tíos toca la puerta y los dejo entrar casi mecánicamente. Surgieron problemas. Al parecer se había corrido el rumor de que en esta casa sí se podía morir pues seguían tocándome ancianos que se decían tíos míos. A todos ellos también los hubiera dejado entrar pero ya no soportaba más el olor a viejo. Ya no molestan pero desde esa vez y con el fin de no entenderme más con la puerta me refugie en la habitación que queda al fondo de la casa. Era también la más pequeña pero no necesito más.
Ya es tarde, el sol se va poniendo en la ciudad. Seguro que el cielo explota en colores luego de habernos sancionado todo el día con el gris. Quisiera salir de la casa. Dicen que es muy sencillo, que todo es cuestión de atreverse a tirar del picaporte abrir la puerta, respirar profundamente y echarse a andar convencidos de que, allá, alguien nos está esperando. Pero, ya es tarde, y como dije mi habitación está demasiado lejos de la puerta.


César Arellano

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